En el Evangelio del Segundo Domingo de Cuaresma, se narra la historia de la prueba que Dios le puso a Abraham, pidiéndole que sacrificara a su único hijo, Isaac. Aunque Abraham no entendía la petición, obedeció y estuvo dispuesto a hacerlo. Sin embargo, en el último momento, un ángel del Señor detuvo el sacrificio y Abraham ofreció un carnero en su lugar. En la segunda lectura, el apóstol Pablo habla sobre la certeza de que Dios está con nosotros y nos justifica a través de la muerte y resurrección de Jesús. En el Evangelio, Jesús se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, revelando su verdadera identidad como Hijo de Dios.